Deben compartiese las responsabilidades
Los padres han de actuar juntos como una unidad. No debe haber división. Pero muchos padres se contrarían, y los hijos quedan perjudicados por la mala administración. Sucede a veces que uno de los padres es demasiado indulgente y el otro demasiado severo. Esta diferencia milita contra la posibilidad de obtener buenos resultados en la formación del carácter de los hijos. No ha de ejercerse fuerza bruta en la ejecución de reformas, pero tampoco debe manifestarse una debilidad indulgente. La madre no debe procurar ocultar al padre los defectos de los hijos, ni debe inducirles a ellos a hacer lo que el padre les prohibió. Ella no debe implantar en la mente de sus hijos una sola semilla de duda acerca de la sabiduría manifestada por el padre en su administración, ni debe contrarrestar por su propia conducta la obra del padre.
Si ambos padres están en desacuerdo, y uno de ellos procura contrarrestar la influencia del otro, la familia se desmoralizará, y ni el padre ni la madre serán objeto del respeto y la confianza que son esenciales para una familia bien gobernada. Los niños disciernen prestamente cualquier cosa que inspire desprecio por los reglamentos de una casa, especialmente los que restriñen sus acciones.
Cómo se dan lecciones en el engaño
Algunas madres cariñosas les permiten a sus hijos costumbres que no debieran ser toleradas por un momento. A veces se le ocultan al padre las faltas de los hijos. La madre concede ciertas prendas de vestir o algunas otras complacencias, con el entendimiento de que el padre no sabrá nada de ello; porque él reprendería tales cosas. 122 Con esto se les enseña eficazmente a los niños una lección de engaño. Luego, si el padre descubre estas faltas, se presentan excusas, pero se dicen medias verdades. La madre no es franca. No considera debidamente que el padre tiene el mismo interés que ella en los hijos, y que no debiera dejarle ignorar los males o debilidades que se les debiera corregir mientras son jóvenes. Se ocultan las cosas. Los hijos conocen la falta de unión que hay entre los padres, y ello tiene su efecto. Los hijos empiezan desde muy jóvenes a engañar y a encubrir tanto a su padre como a su madre las cosas y presentarlas con matices muy diferentes de los verdaderos. La exageración se vuelve un hábito, y se llega a contar mentiras abiertas con pocos remordimientos de conciencia.
Estos males se iniciaron cuando la madre ocultó las cosas al padre, que tiene igual interés que ella en el desarrollo del carácter de sus hijos. El padre debiera haber sido consultado libremente. Debiera habérsele revelado todo. Pero la conducta opuesta, seguida para ocultar los yerros de los hijos, estimula en ellos una disposición a engañar y falta de veracidad y sinceridad. Debe ser siempre un principio fijo para los padres cristianos mantenerse unidos en el gobierno de sus hijos. Algunos padres fallan al respecto; les falta unión. El defecto se advierte a veces en el padre, pero con más frecuencia en la madre. La madre cariñosa mima a sus hijos. El trabajo del padre le obliga a menudo a ausentarse de la casa y de la sociedad de sus hijos. La influencia de la madre se hace sentir. Su ejemplo contribuye mucho a formar el carácter de los hijos.
Las divergencias confunden a los hijos
La sociedad de la familia debe estar bien organizada. El padre y la madre deben considerar juntos sus responsabilidades, y emprender su tarea con clara comprensión. No debe haber divergencia entre ellos. Nunca deben criticar en la presencia de sus hijos los planes y el criterio de su cónyuge. Si los padres no concuerdan, auséntense de la presencia de sus hijos hasta que hayan llegado a entenderse. Con demasiada frecuencia, los padres no están unidos en su gobierno de la familia. El padre, que acompaña muy poco 123 a sus hijos, e ignora las peculiaridades de su disposición y temperamento, es duro y severo. No domina su genio, sino que corrige con enojo. El niño lo sabe, y en vez de subyugarle, el castigo le llena de ira. La madre pasa por alto en una ocasión faltas que castigará severamente en otra. Los niños no saben nunca qué esperar, y se sienten tentados a ver hasta dónde pueden transgredir con impunidad. Así se siembran malas semillas que brotarán y darán fruto.
Si los padres están unidos en esta obra de disciplina, el niño comprenderá lo que se requiere de él. Pero si el padre, por sus palabras o miradas, demuestra que no aprueba la disciplina administrada por la madre; si le parece que ella es demasiado estricta y considera que debe expiar la dureza mediante mimos e indulgencias, el niño quedará arruinado. Pronto aprenderá que puede hacer lo que quiere. Los padres que cometan este pecado contra sus hijos tendrán que dar cuenta de la ruina de sus almas.
Se necesita mucha oración y serias reflexiones
El afecto no puede durar, ni siquiera en el círculo del hogar, a menos que la voluntad y el temperamento estén en armonía con la voluntad de Dios. Todas las facultades y pasiones deben ponerse en armonía con los atributos de Jesucristo. Si, en el amor y temor de Dios, el padre y la madre unen sus intereses para ejercer autoridad en el hogar, verán la necesidad de orar mucho y de reflexionar seriamente. Y mientras busquen a Dios, sus ojos se abrirán para ver que los mensajeros celestiales están presentes para protegerlos en respuesta a la oración hecha con fe. Vencerán las debilidades de su carácter y progresarán hacia la perfección.
Corazones unidos por el amor
Padre y madre, vinculad vuestros corazones en la unión más estrecha y feliz. No os apartéis el uno del otro, sino estrechad aún más los lazos que os unen. Entonces estaréis preparados para unir con el vuestro el corazón de vuestros hijos mediante el cordón de seda del amor.125
(Felicidad Y Armonía En El Hogar de E. G. de White)
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