jueves, 14 de julio de 2011

32. Aliento para las Madres *


Jesús bendijo a los niños
En el tiempo de Cristo, las madres le llevaban sus hijos para que les impusiese las manos y los bendijese. Así manifestaban ellas su fe en Jesús y el intenso anhelo de su corazón por el bienestar presente y futuro de los pequeñuelos confiados a su cuidado. Pero los discípulos no podían reconocer la necesidad de interrumpir al Maestro tan sólo para que se fijara en los niños, y en una ocasión en que alejaban a unas cuantas madres, Jesús los reprendió y ordenó a la muchedumbre que diese paso a esas madres fieles y a sus niñitos. Dijo él: "Dejad a los niños, y no les impidáis de venir a mí; porque de los tales es el reino de los cielos".

Mientras las madres recorrían el camino polvoriento y se acercaban al Salvador, él veía sus lágrimas y cómo sus labios temblorosos elevaban una oración silenciosa en favor de los niños. Oyó las palabras de reprensión que pronunciaban los discípulos y prestamente anuló la orden de ellos. Su gran corazón rebosante de amor estaba abierto para recibir a los niños. A uno tras otro tomó en sus brazos y los bendijo, mientras que un pequeñuelo, reclinado contra su pecho, dormía profundamente.

Jesús dirigió a las madres palabras de aliento referentes a su obra y ¡cuánto alivió así sus ánimos! ¡Con cuánto gozo se espaciaban ellas en la bondad y misericordia de Jesús al recordar aquella memorable ocasión! Las misericordiosas palabras de él habían quitado la carga que las oprimía y les habían infundido nueva esperanza y valor. Se había desvanecido todo su cansancio. Fue una lección alentadora para las madres de todos los tiempos. Después de haber hecho lo mejor que puedan para 102 beneficiara sus hijos, pueden llevarlos a Jesús. Aun los pequeñuelos en los brazos de la madre resultan preciosos a los ojos de él. Y mientras la madre anhele verlos recibir la ayuda que ella no puede darles, la gracia que no puede otorgarles, y se confíe a sí misma y a sus hijos en los brazos misericordiosos de Cristo, él los recibirá y los bendecirá; dará paz, esperanza y felicidad tanto a ella como a ellos. Este es un privilegio precioso que Jesús ha concedido a todas las madres.

Acudan las madres a Jesús con sus perplejidades. Hallarán gracia suficiente para ayudarles en la dirección de sus hijos. Las puertas están abiertas para toda madre que quiera poner sus cargas a los pies del Salvador. Sigue invitando a las madres a conducir a sus pequeñuelos para que sean bendecidos por él. Aun el lactante en los brazos de su madre, puede morar bajo la sombra del Todopoderoso por la fe de su madre que ora. Juan el Bautista estuvo lleno del Espíritu Santo desde su nacimiento. Si queremos vivir en comunión con Dios, nosotros también podemos esperar que el Espíritu divino amoldará a nuestros pequeñuelos, aun desde los primeros momentos.

Los corazones jóvenes son susceptibles
El [Cristo] se identificó con los humildes, los menesterosos y los afligidos. Tomó a los niños en sus brazos y descendió al nivel de los jóvenes. Su gran corazón lleno de amor podía comprender sus pruebas y necesidades, y se gozaba en su felicidad. Su espíritu, abrumado por el apresuramiento y la confusión de la ciudad atestada, cansado del trato con hombres astutos e hipócritas, hallaba descanso y paz en la compañía de los niños inocentes. Su presencia no los rechazaba nunca. La Majestad del cielo condescendía a responder a sus preguntas y simplificaba sus importantes lecciones para ponerlas al alcance de su entendimiento infantil. Implantaba en sus mentes juveniles en pleno desarrollo semillas de verdad que brotarían y producirían una mies abundante cuando fuesen más maduros.

"Dejad a los niños, y no les impidáis venir a mí; porque de los tales es el reino de los cielos". Estas preciosas palabras deben ser apreciadas, no sólo por toda madre, sino también por todo padre. Alientan a ambos padres para que presenten a sus 103 hijos a Cristo y para pedir al Padre en su nombre que deje descansar su bendición sobre toda la familia. No son solamente aquellos a quienes más se ama quienes han de recibir atención especial, sino que también los niños inquietos y rebeldes necesitan educación cuidadosa y tierna dirección.104


(Felicidad Y Armonía En El Hogar de E. G. de White)

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