martes, 5 de julio de 2011

11. Los Hijos Son una Bendición


Dios quiso que hubiese familias
El que creó a Eva para que fuese compañera de Adán había dispuesto que hombres y mujeres se unieran en el santo lazo del matrimonio, para formar familias, cuyos miembros, coronados de honor, fueran reconocidos como miembros de la familia celestial. Los hijos son la herencia del Señor, y somos responsables ante él por el manejo de su propiedad. Trabajen los padres por los suyos, con amor, fe y oración hasta que puedan presentarse a Dios diciendo: "He aquí, yo y los hijos que me dio Jehová". Una casa sin hijos es un lugar desolado. El corazón de quienes lo habitan corre peligro de volverse egoísta, de amar su propia comodidad y de consultar sus propios deseos y conveniencia. Procuran simpatía para sí, pero tienen poca que conceder a otros. Muchos enferman física, mental y moralmente porque dedican su atención casi exclusivamente a sí mismos. Podría salvarles del estancamiento la sana vitalidad de espíritus más jóvenes y diversos así como la inquieta energía de los niños.

Desarrollo del carácter de los hijos
La simpatía, la tolerancia y el amor que se requieren para tratar con los niños sería una bendición en cualquier familia. Suavizarían y subyugarían los rasgos de carácter asentados en quienes necesitan ser más animosos y apacibles. La presencia de un niño en una casa endulza y refina. Un niño criado en el temor del Señor es una bendición. El cuidado y el afecto hacia los niños dependen de nosotros eliminan la tosquedad de nuestra naturaleza, nos infunde 41 ternura y simpatía y ejerce influencia en el desarrollo de los elementos más nobles de nuestro carácter.

Después del nacimiento de su primer hijo, Enoc alcanzó una experiencia más elevada; fue atraído a más íntima relación con Dios. Comprendió más cabalmente sus propias obligaciones y responsabilidades como hijo de Dios. Cuando conoció el amor de su hijo hacia él, y la sencilla confianza del niño en su protección; cuando sintió la profunda y anhelante ternura de su corazón hacia su primogénito, aprendió la preciosa lección del maravilloso amor de Dios hacia el hombre manifestado en la dádiva de su Hijo, y la confianza que los hijos de Dios podían tener en el Padre celestial.

Un legado precioso
Los hijos son confiados a sus padres como un legado precioso, que Dios requerirá un día de sus manos. Debernos dedicar a su preparación más tiempo, cuidado y oración. Necesitan que les demos mis instrucción de la clase apropiada. Recordad que vuestros hijos e hijas son miembros más jóvenes de la familia de Dios. El los confió a vuestro cuidado, a fin de que los eduquéis para el cielo. Tendréis que darle cuenta de la manera en que cumpláis vuestro encargo sagrado. 42


(Felicidad Y Armonía En El Hogar de E. G. de White)

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