El hogar es una escuela
En su sabiduría el Señor ha decretado que la familia sea el mayor agente educativo. En el hogar es donde ha de empezar la educación del niño. Allí está su primera escuela, allí, con sus padres como maestros, debe aprender las lecciones que han de guiarlo a través de la vida: lecciones de respeto, obediencia, reverencia, dominio propio. Las influencias educativas del hogar son un poder decidido para el bien o para el mal. Son, en muchos respectos, silenciosas y graduales, pero si se ejercen de la debida manera, llegan a ser un poder abarcante para la verdad y la justicia. Si no se instruye correctamente al niño en el hogar, Satanás lo educará por instrumentos elegidos por él. ¡Cuán importante es, pues, la escuela del hogar! Consideremos el círculo de la familia como una escuela, en la cual preparamos a nuestros hijos para el cumplimiento de sus deberes en el hogar, en la sociedad y en la iglesia.
La educación en el hogar es primordial
Es un hecho triste, aunque universalmente admitido y deplorado, que la educación en el hogar y la preparación de la juventud actual han quedado descuidadas. No hay campo de acción más importante que el señalado a los fundadores y protectores del hogar. Ninguna obra encomendada a seres humanos entraña consecuencias tan trascendentales como la de los padres y madres. Los jóvenes y niños de la actualidad determinan el porvenir de la sociedad, y lo que estos jóvenes y estos niños serán depende del hogar. A la falta de buena educación doméstica se puede achacar la mayor parte de las enfermedades, así como 50 de la miseria y criminalidad que son la maldición de la humanidad. Si la vida doméstica fuera pura y verdadera, si los hijos que salen del hogar estuvieran debidamente preparados para hacer frente a las responsabilidades de la vida y a sus peligros, ¡qué cambio experimentaría el mundo!
Todo lo demás es secundario
Todo niño traído al mundo es propiedad de Jesucristo y por precepto y ejemplo debe enseñársele a amar a Dios y a obedecerle; pero la gran mayoría de los padres han descuidado la obra que Dios les dio y no han educado ni preparado a sus hijos, desde el amanecer de la razón, para que conozcan y amen a Cristo. Mediante un esfuerzo esmerado los padres deben observar el despertar de la mente receptiva y considerar todo lo que respecta a la vida del hogar como secundario frente al deber positivo que Dios les ha impuesto: el de educar a sus hijos en la disciplina y admonición del Señor. Los padres no deben permitir que las preocupaciones comerciales, y las costumbres, máximas y modas del mundo los dominen al punto de hacerles descuidar a sus hijos en la infancia y dejar de darles las instrucciones apropiadas a medida que transcurren los años.
Una de las grandes razones de que haya tanto mal en el mundo hoy estriba en que los padres dedican su atención a otras cosas que la que es de suma importancia: cómo adaptarse a la obra de enseñar a sus hijos con paciencia y bondad el camino del Señor. Si pudiera descorrerse la cortina, veríamos que debido a esta negligencia muchísimos hijos que se han extraviado se perdieron y escaparon a las buenas influencias. Padres, ¿podéis tolerar que así suceda en vuestra experiencia? No debiera haber para vosotros obra tan importante que os impida dedicar a vuestros hijos todo el tiempo que sea necesario para hacerles comprender lo que significa obedecer al Señor y confiar plenamente en él.
Y ¿qué cosecharéis como recompensa de vuestro esfuerzo? Hallaréis a vuestros hijos a vuestro lado, dispuestos a cooperar con vosotros y a echar mano de las tareas que sugiráis. Encontraréis facilitada vuestra obra. 51 La madre debe destacarse siempre en esta obra de educar a los hijos; aunque recaen sobre el padre deberes graves e importantes, la madre, por tratar casi constantemente con los hijos, especialmente durante los tiernos años, debe ser siempre su instructora y compañera especial. Debe preocuparse mucho por cultivar el aseo y el orden en sus hijos y por dirigirlos en la adquisición de hábitos y gustos correctos; debe enseñarles a ser laboriosos y serviciales; a valerse de sus recursos, a vivir, actuar, trabajar como estando siempre a la vista de Dios.
Los padres deben estar mucho en casa. Por precepto y ejemplo deben enseñar a sus hijos a amar y a temer a Dios; a ser inteligentes, sociables y afectuosos; a cultivar hábitos de laboriosidad, economía y abnegación. Por manifestar a sus hijos amor, simpatía y aliento en casa, los padres pueden proveerles de un retiro seguro y bienvenido contra muchas de las tentaciones del mundo.
Las órdenes de Dios son supremas
Tenemos en la Biblia reglas para guiar a todos, padres e hijos, una norma elevada y santa de la cual no podemos desviarnos. Las órdenes de Dios deben ser supremas. Que el padre y la madre de la familia abran la Palabra de Dios delante de Aquel que escudriña los corazones, y pregunten con sinceridad: "¿Qué dijo Dios?"
Las responsabilidades de los padres no pueden ser llevadas por otros
Padres, lleváis responsabilidades que nadie puede llevar por vosotros.
Mientras viváis seréis responsables ante Dios por mantenernos en su camino. Los padres que hacen de la Palabra de Dios su guía, y que comprenden cuánto dependen de ellos sus hijos para la formación de su carácter, les darán un ejemplo que les resultará seguro seguir. Los padres y las madres son responsables de la salud, la constitución y el desarrollo del carácter de sus hijos. A nadie más debe confiarse la tarea de atender a esta obra. Al llegar a ser padres, os incumbe cooperar con el Señor en cuanto a educar a vuestros hijos en los principios sanos.52
¡Cuán triste es que muchos padres hayan desechado la responsabilidad que Dios les dio con respecto a sus hijos, y quieran que personas extrañas la lleven en su lugar! Convienen en que otros trabajen en favor de sus hijos y los alivien de toda carga al respecto. Muchos que ahora lamentan el extravío de sus hijos no pueden culpar de él a otros que a sí mismos. Consulten su Biblia los tales y vean lo que Dios les ordena como padres y guardianes. Asuman los deberes que descuidaron durante tanto tiempo. Necesitan humillarse y arrepentirse delante de Dios por no haber seguido sus indicaciones en la educación de sus hijos. Necesitan cambiar su propia conducta y seguir la Biblia estricta y cuidadosamente como su guía y consejera.53
(Felicidad Y Armonía En El Hogar de E. G. de White)
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