La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha en este mundo” (Santiago 1:27).
Viuda y huérfano son palabras que tememos por el tremendo dolor que conllevan. Sin embargo, son inevitables. Hay que hacerles frente. Pero la pregunta es “cómo”. ¿Cómo no dejar llevarse por la rebeldía y la desesperanza? ¿Cómo no caer en la angustia y la autocompasión? ¿Cómo aprender a ser fuerte, y volver a la alegría?
“Es difícil golpear ciertas puertas, sí. Pero vale la pena golpearlas más de una vez. Porque detrás suele haber un ejemplo que nos sirve a todos”. Así comentaba la revista “Gente”, el porqué de su entrevista a la señora María Susana de San Martín Larrabure, por entonces reciente viuda del coronel Argentino del Valle Larrabure, quien después de un año de secuestro y martirio había sido asesinado en agosto de 1975.
Queremos de aquella nota extraer sólo unas líneas: palabras que fueron de la señora Larrabure, pero que también son o pueden ser las de otras muchas mujeres que en una u otra manera han perdido a sus esposos, y están solas.
Decía la señora Larrabure: “Es duro seguir viviendo. Es duro seguir llevando este hogar . . . seguir adelante sola con una familia, con una casa”. Pero también decía: “Yo sufrí más durante el cautiverio que cuando me enteré de su muerte. No sé si podrá entenderme. Pero cuando me enteré de su muerte . . . sentí algo parecido al alivio. Sentí que él no sufría más . . . Su misión había terminado. Ahora, comenzaba la mía. La misión de aprender a vivir sin él, de vivir más para mis hijos, mañana para mis nietos; quizá la misión de muchas mujeres en distintos puntos del mundo, sólo que . . . es bastante difícil seguir de pie cuando le toca a uno”.
Verdad: es difícil cuando el dolor le toca a uno. Uno se siente débil, impotente, triste, desesperado, y a veces hasta rebelde . . . rebelde contra el destino, contra la vida; y algunos, contra Dios mismo.
Sin embargo, Dios comprende. Toma el caso como suyo y promete: “Tu pleito yo lo defenderé, y yo salvaré a tus hijos” (Isaías 49:25). Como dice el salmista, Dios se constituye en “Padre de huérfanos y defensor de viudas” (Salmo 68:5). La Escritura registra decenas de promesas y de mandamientos específicos para las viudas y los huérfanos, y para quienes se relacionan con ellos. Hasta llegar a decir que “la religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha en este mundo” (Santiago 1:27).
Dios conoce a fondo el tremendo dolor de la viuda y del huérfano. Conoce su desolación y su desesperanza. Pero no los ha dejado sin fuerte auxilio.
La Voz.org MHP
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