¿Tenemos acaso parte o heredad en la casa de nuestro padre? (Génesis 31:14)
No hay dolor tan difícil de soportar como el que siente quien se ve desvinculado de todos, sin nadie a quien “pertenecer” en una entrega inquebrantable de amor y fidelidad. La libertad aparente de quien no tiene raíces en ninguna parte es un doloroso engaño.
Hubo dos muchachas cuyo padre era frío y distante, y las hacía sentirse huérfanas. Era muy buen proveedor para la familia: buena casa, dinero en abundancia, pero al igual que muchos casos de hoy, escasez de amor. Las hijas no se sentían vinculadas a su padre por lazos afectivos, y sufrieron severas privaciones emocionales, aún después de haberse casado.
Estas dos hermanas se llamaban Raquel y Lea, y el nombre del padre era Labán. Su triste historia está registrada en la Biblia, en el capítulo 31 de Génesis. El padre tenía el corazón tan duro que estaba dispuesto a dejarlas ir del hogar sin darles parte en la herencia, a pesar de ser lo que hoy llamaríamos un millonario. Las dos pensaban qué podrían hacer. La pregunta que se hacían era: “¿Tenemos ya parte o herencia en la casa de nuestro padre?”
Ellas pensaban en “la casa” de su propio padre. Pero nosotros nos referimos aquí a la casa de un Padre mucho mayor. En el Padrenuestro, la oración modelo, Jesús nos invita a todos a considerar a Dios como nuestro Padre que está en el cielo. La Palabra de Dios enseña que todos llevamos en nuestro corazón esa profunda convicción que nos ha sido impartida por el ministerio del Espíritu Santo. El diablo puede esforzarse por hacernos olvidar que tenemos un Padre rico en el cielo, y que allí está nuestra herencia; esta convicción permanecerá arraigada en nuestro corazón, a menos que resolvamos deliberadamente expulsarla de allí. Por lo tanto, si Dios es tu Padre –y ten por cierto que así es– entonces es un hecho que tienes lugar en su casa.
“En la casa de mi Padre hay muchas moradas”, dijo Jesús en S. Juan 14:2.
Sí, hay lugar para ti.
La voz.org MHP
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